martes, 24 de enero de 2012

El Delacroix que yo conocía

La Libertad guiando al pueblo, 1830



Creía conocer a Eugène Delacroix (1798-1863).  Nos habíamos visto en el Louvre, en el Museo de Orsay y en varios libros de arte. Era el autor de una pintura que se ha convertido en un símbolo de todo un país: Francia. Por  cierto, este cuadro no se refiere a la Revolución Francesa de 1789, sino a la 1830, que también se conoce como la Revolución de Julio o Las tres gloriosas (pues sólo duró tres jornadas), y que sirvió para que Felipe de Orleans sustituyera en el trono al teóricamente más absolutista Carlos X.

Autorretrato1837


Oficialmente hijo de un político y ministro de Exteriores del Consulado, Charles Delacroix, las malas lenguas le creyeron siempre hijo biológico de otro más conocido: Talleyrand. Parece ser que el parecido físico entre los dos era notable. Tayllerand fue lo que hoy llamaríamos un animal político: de origen aristocrático, fue obispo y tuvo importantes cargos políticos bajo el Antiguo Régimen, la Revolución Francesa, el Directorio, el Consulado, el Imperio (Napoleón Bonaparte) y la Restauración monárquica. En unos años especialmente movidos de la historia de Francia, él supo estar siempre con el poder, fuera éste el que fuera. Tal vez lo conozcáis como uno de los personajes de la exitosa obra de teatro La cena de Jean-Claude Brisville, en España Josep María Flotats era  Tayllerand y Carmelo Gómez interpretaba a Fouché.  




La Barca de Dante, 1822


Escenas de la Masacre de Quíos, Familias Griegas esperando la Muerte o la Esclavitud, 1824
Las obras más famosas de Delacroix están inspiradas en la literatura o en acontecimientos históricos contemporáneos como la  Guerra de Independencia de Grecia conflicto armado entre los revolucionarios griegos y el Imperio Otomano que se desarrolló entre  1821 y 1832.

Grecia moribunda en las ruinas de Missolonghi, 1826

Huerfana en el cementerio, 1823

La muerte de Sardanápalo, 1827

Este último cuadro se inspira en el drama Sardanapulus publicado en 1821 por Lord Byron que narra el trágico fin del legendario rey de Asiria Sardanápolo, que viendo desaparecer su poder a consecuencia de una conspiración, decidió, al rendirse, arrojarse en compañía de su favorita a las llamas de una gigantesca hoguera. Delacroix decidió multiplicar las personas y los bienes sacrificados según el mismo declaró: "Los rebeldes asediaron su palacio... Acostado en una magnífica cama, en la cima de una inmensa hoguera, Sardanápalo da la orden a sus eunucos y a los oficiales de palacio de degollar sus mujeres, sus pajes, hasta sus caballos y sus perros favoritos; ninguno de los objetos que habían servido a sus placeres debían sobrevivir".



Retrato de Aspasia, 1824
Los convulsionados de Tánger, 1837-8


Mujeres de Argel en sus habitaciones, 1834
Como buen romántico sucumbió a la seducción del viaje y al encanto de lo que entonces era Oriente, aunque geográficamente fuera sudoeste. Las mujeres de Argel fue un cuadro mítico por el uso de la luz y del color y por el morbo que, en aquella época, suponía mostrar el interior de un harén. Su influencia en la pintura posterior es evidente:

Las mujeres de Argel, Picasso, 1955


Frédéric Chopin, 1838


George Sand, 1838


Retrató a otros grandes del Romanticismo, músicos o escritores.
Luis de Orleans mostrando a su amante, 1825-26

Mujer con loro, 1827

Su pintura no está libre de cierto erotismo, a veces un poco picante. Pero la característica principal de la pintura de Delacroix es un uso totalmente personal del color (con una paleta en la que los colores vivos se realzan junto a los oscuros y en la que casi siempre está presente un rojo muy particular) y una composición en la que el movimiento y los volúmenes parecen emerger de los cuadros.

El naufragio de Don Juan, 1840
La caza del león, 1861
Tal vez os parezca que el repaso que hemos hecho de la obra de Delacroix es suficiente, pero cuando vi la exposición consagrada a Delacroix en el CaixaForum de Madrid (15 de octubre 2011 al 15 de enero de 2012), descubrí que había otros muchos "delacroix's" que desconocía, que su personalidad artística era mucho más rica y compleja. (Continua en Delacroix sorprendente)